sábado, 20 de noviembre de 2010

París era una fiesta

  • París era Palomar, y Auschwitz, era todo el principio y el fin de todo era Hijitus y el Zorro eran las tardes de Laurita era el primer beso y la pelota el Rauli y Butaca, era todo. París era como Palomar, sólo que más lejos, un poema escrito con una pelota y jugar a la payana, era nada más allá de las rejas y el padre Trabucco dándonos la comunión y entonces vos nos mirabas desde el segundo piso y llorabas; lo supe después, y antes de tu muerte temprana, supe que para vos no era París porque vos sí viste que París existía, en cambio yo y los otros, yo y el Rauli y el Toli y el Pepe no sabíamos nada de París ni de vos que, asomado al segundo piso nos mirabas sin poder decirnos que París no existe, no, al menos no allí, en Palomar, que el mundo no terminaba tras el alambrado sino que allí comenzaba y a las siete cuándo daban al Zorro yo recorría los tejado de California y me tiraba sobre Tornado y vos que no tenías el gusto del Toddy en tu memoria me dijiste, años más tarde que la leche de la tarde era fea que no te gustaba, que no te gustaba nada de lo que allí había, que no te gustaba Laurita ni la pelota ni nada que, y definitivamente Palomar no era París, que la estación era la puerta del mundo y que años más tarde te diste cuenta que esa puerta era la puerta de la vida y la muerte por dónde se te dio por pasar y yo, del otro lado dejé que pasen los años que tenga que comprar en DVdís la colección de Hijitus y escribir en una tarde fea Palermo que te equivocaste, que la vida no es ni ésta ni aquella, que París y Palomar sólo existe en nuestras cabezas, que en el alma tengo una zamba, zambita tucumana que ya no me importa zambita de mi esperanza amanecida.
  • Palomar queda a nueve estaciones de Palermo, a nueve años luz de mis recuerdos y a un pasito nomás del París de la rayuela pisa pisuela. Color a pelota, color a ciruela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario