sábado, 20 de noviembre de 2010

May

Aquel verano el médico dijo esta mujer se está muriendo y la llevamos a la casa; estaban sus plantas, el patio, la macetas, ese olor a la Ambré de Watteau que salía de la cama, de entre las sábanas se mezclaba con el olor a la madera que subía del piso. Ella sólo entró con los ojos que le explotaban porque sabía que no había tiempo.
Las noches en el hospital se transformaron en un adiós con olor a penincilina, le hice el amor a una enfermera en un sucio banco de madera a la salida de los ascensores, ella me dijo pero qué niño tan precoz , yo no tenía tiempo de decirle que la quería, aunque no la quería, no quería saber ni su nombre, ella allí y yo allí, en esa noche anónima del viejo hospital ferroviario, no había tiempo y esa noche me despedí al fin de esa mugrosa muerte que nos atrapaba y antes que salga el sol nos fuimos ver el patio, a las plantas al olor de la Ambré de Watteau y vinieron las visitas y a ella casi que no le importó ( y a mi tampoco), todas rezaban y la familia traía té y café y masitas y gracias y te agradezco que hayas venido y ese olor que no era de nadie solo nuestro.
los ojos llenos, abiertos, celestes. Dijo adiós, era de tarde, era un verano de mi niñez.

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